
El milagro provida que permitió la canonización de San John Henry Newman
¡Por favor, Cardenal Newman, haz que cese el sangrado!
También los santos del cielo, quizá sobre todo ellos, aman, cuidan y defienden la vida.
La vida es el primer regalo de Dios y el fundamento de todos los demás, y los santos lo saben.
Una mamá embarazada, un bebé en gestación, un cardenal recién beatificado son los personajes que aparecen en la historia que te voy a contar a continuación. Ni siquiera hace falta decirte que el protagonista principal es un Dios amoroso y lleno de misericordia, un Dios que está vivo y nos quiere vivos. Se trata del milagro que abrió las puertas para la canonización del Cardenal inglés John Henry Newman, y, sí, como ya te podrás imaginar, se trata de un milagro pro-vida. Nos ha parecido importante porque ahora sabemos que este famoso intelectual y converso inglés será incluido próximamente en la lista de los santos doctores de la Iglesia. Lo ha decidido el Papa León XIV después de escuchar el parecer favorable de los obispos y cardenales miembros del Dicasterio para las causas de los santos. Así lo dio a conocer la Sala de Prensa de la Santa Sede.
Son muchos los que conocen y admiran la vida y obra del Cardenal Newman, aunque quizá haya una faceta de su personalidad que no es tan conocida. Precisamente aquella que lo identifica con las personas que están pasando por momentos difíciles, por las circunstancias adversas o porque tienen que tomar alguna decisión importante. Es este aspecto, precisamente, el que sale a relucir en el milagro que te cuento a continuación:
En los primeros días de mayo de 2013, una abogada de Chicago, Melissa Villalobos, con apenas seis semanas de embarazo de la que sería la quinta de sus siete hijos, Gemma, comenzó a sufrir una hemorragia. Después de practicar los estudios pertinentes, los médicos le informaron que se trataba de un hematoma producto del sangrado de una placenta desgarrada y aunque el corazoncito latía con normalidad, el hematoma tenía dos veces el tamaño de la bebé en gestación.
Los médicos no podían hacer nada, y ella tendría que guardar reposo y someterse a un monitoreo permanente. Para el 10 de mayo, su condición había empeorado a tal punto que tuvo que internarse en el servicio de urgencias de un hospital cercano a su domicilio. En adelante, tendría que guardar reposo absoluto; para ese momento le daban pocas esperanzas de que el bebé pudiera desarrollarse y, en caso de que el embarazo continuara, se preveía un parto prematuro y un desarrollo insuficiente del bebé. La perspectiva de la muerte del bebé le fue presentada como el desenlace más probable.
Cuando los médicos dieron su consentimiento para que Melissa pudiera volver a casa, recomendaron redoblar la vigilancia para evitar cualquier actividad por parte de ella; sin embargo, el sangrado no cesó.
El quince de mayo a eso de las siete de la mañana se percató de que el sangrado era muy intenso. En ese momento, su esposo se encontraba en un vuelo de trabajo hacia Atlanta y ella tenía que dar de desayunar a sus otros cuatro niños (en ese tiempo, de seis, cinco, tres y un año). A medida que pasaban los minutos, el flujo de sangre crecía y Melissa volvió a su habitación y se encerró en el baño para no asustar a sus pequeños, que se quedaron sentados en el comedor. Ya en el baño, como a eso de las 10 de la mañana, permaneció tirada en el piso, mientras la sangre continuaba fluyendo cada vez en mayor cantidad.

No le era posible ni siquiera gritar para pedir ayuda, pues cualquier esfuerzo por mínimo que fuera hacía que saliera más sangre. No tenía a la mano el celular y se encontraba presa del miedo por la suerte del bebé que se gestaba en su vientre, lo mismo que por los otros cuatro pequeños que estaban solitos en la planta de abajo de la casa, y como si eso fuera poco, la atormentaba también la preocupación por su propia vida pues era consciente de la pérdida tan significativa de sangre que estaba sufriendo en ese momento, a esto se sumaba el miedo a la impresión que podían llevarse los niños si la encontraban tirada en medio de aquel charco de sangre. Fue entonces cuando invocó la intercesión del Cardenal Newman: “¡Please Cardinal Newman make the bleeding stop!” (“¡Por favor, Cardenal Newman, haz que cese el sangrado!”).
El sangrado cesó inmediatamente después de aquella sencilla oración. Melissa dio las gracias al Cardenal Newman, pues estaba convencida de que había sido curada por su intercesión. Se sintió preparada para levantarse inmediatamente y acto seguido para dirigirse al lugar donde se encontraban sus otros hijos. A partir de ese momento, no más flujo de sangre.
Ese mismo día (15 de mayo), en cuanto le fue posible, acudió al médico, el cual confirmó, mediante un ultrasonido, que tanto la placenta de la madre como el bebé se encontraban en perfectas condiciones.
No se volvió a presentar sangrado en el resto del embarazo y ella se encontraba tan bien que pudo retornar a sus actividades normales, pudiendo incluso cargar a sus niños pequeños, cosa que en las semanas anteriores le estaba absolutamente prohibido. El embarazo se desarrolló posteriormente sin ningún contratiempo, la pequeña Gemma nació en perfectas condiciones y, después de ella, Dios bendijo al matrimonio regalándoles dos hijos más.
Melissa había conocido y le había tomado una gran devoción al Cardenal Newman en años anteriores. Su primer contacto con él fue en el año 2000 a través de un programa de televisión por la cadena EWTN. Con mucha emoción había seguido también por televisión la Ceremonia de Beatificación de Newman, presidida por el Papa Benedicto XVI en el Reino Unido, el 19 de septiembre de 2010. A partir de ese momento, no se limitó solo a rezarle, sino que comenzó también a leer sus escritos, a través de los cuales Newman se fue convirtiendo para ella en un amigo cercano.
Después de que sucedieran los acontecimientos que te he referido, se presentó el caso ante las autoridades de la Arquidiócesis de Chicago, que sin demora se dieron a la tarea de investigar lo sucedido, y una vez que se demostró la curación repentina, inexplicable y definitiva, enviaron la información a la Santa Sede, esto en el año de 2018. Los teólogos que estaban a cargo de la causa votaron por unanimidad que se trataba de un milagro concedido por Dios mediante la intercesión del Beato John Henry Newman. El Santo Padre Francisco, en audiencia concedida el 13 de febrero de 2019 al Cardenal Giovanni Angelo Becciu, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, aprobó el milagro con lo que se abrió la puerta para la tan esperada canonización del Cardenal Newman.
Un poco más de seis años después, León XIV, el primer Papa de lengua inglesa, será, si Dios lo permite, quien confiera a san John Henry Newman el título de Doctor de la Iglesia.
Un Doctor de la Iglesia es un santo cuya vida y enseñanzas son tan valiosas, que la Iglesia lo propone a todo el mundo como maestro autorizado en el esfuerzo por comprender la actualidad del mensaje de Jesús. En la actualidad, son solo 37 los santos que han recibido esa distinción.
En pocas palabras, al incluir a alguien en la lista de los santos doctores, la Iglesia nos está diciendo que su ejemplo y enseñanza es una indicación muy segura en el camino hacia la santidad. Solo el Papa o un Concilio tiene la autoridad para realizar esta declaración. Pablo VI proclamó doctoras de la iglesia a santa Teresa de Jesús y a santa Catalina de Siena; Juan Pablo II, solo a santa Teresita. El Papa Benedicto XVI incluyó en esta lista a san Juan de Ávila y santa Hildegarda de Bingen; y el papa Francisco, a san Ireneo de Lyon y a san Gregorio de Narek. Desde el 31 de julio pasado, sabemos que el primer santo al que el Papa León proclamará Doctor de la Iglesia es san John Henry Newman.
Que el nuevo Doctor de la Iglesia interceda por todas las familias y, de modo especial, por las madres embarazadas y los bebés en gestación. Que desde el cielo nos ayude a luchar contra la cultura de la muerte, contra ese cáncer que está arrebatando el alma a nuestra sociedad: el aborto y las leyes que no solo lo permiten, sino que casi lo hacen obligatorio. Que nos alcance la gracia de luchar para construir una cultura en la que se ame, cuide y defienda la vida de todos, y en la que se aseguren unas condiciones dignas a las mujeres que comunican el gran regalo de la vida.