
Rebeldes, pero ¿con causa?
En el libro de los Hechos de los Apóstoles, en el contexto del día de Pentecostés, san Pedro cita un texto de profeta Joel para interpretar el don del Espíritu Santo, con el que se inaugura la plenitud de los tiempos: «Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños» (Cf. Hch. 2, 14; Joel 2, 28).
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¡Cuántas veces nos recordó el Papa Francisco, este signo de la presencia del Espíritu: jóvenes profetas, ancianos soñadores! En efecto, para el Papa Bergoglio, la comunión entre generaciones era precisamente uno de los grandes retos de nuestro tiempo, afectados por una profunda ruptura y fragmentación. Esto supone un doble movimiento, uno de ida y vuelta: conciencia y autenticidad en el testimonio por parte de los adultos; apertura y capacidad para dejarse decir algo por parte de los jóvenes. En unos y otros, una actitud de esperanza: «el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar, si conduce hacia una meta, si podemos estar seguros de esa meta, y si esa meta es tan grande como para justificar el esfuerzo del camino» (Benedicto XVI, Spe Salvi, n. 1).
Se han expresado en contra de la esquizofrenia de una sociedad de doble moral, en la que el discurso va en una dirección, y la vida concreta totalmente en el sentido contrario. Jóvenes profetas y ancianos soñadores han salido a la calle y han levantado la voz. ¿Qué pedía esta sinfonía de corazones? La respuesta la encontramos en el Mensaje al Pueblo de Dios que los Obispos de México han ofrecido al concluir su 119 Asamblea Plenaria, particularmente en la parte tercera «Realidades que no podemos callar en el contexto mexicano actual»:
«Nos dicen que la violencia ha disminuido, pero muchas familias que han perdido seres queridos o poblaciones enteras que viven con miedo constante experimentan otra realidad.
Nos dicen que se combate la corrupción, pero ante casos graves y escandalosos, no se percibe la voluntad de esclarecerlos, por lo que prevalece la impunidad.
Nos dicen que la economía va bien, pero muchas familias que no pueden llenar su canasta básica y muchos jóvenes que no encuentran oportunidades de trabajo nos hacen ver que esto no es verdad.
Nos dicen que se respetan las libertades, pero quienes expresan opiniones críticas son descalificados y señalados desde las más altas tribunas del poder.
Nos dicen que somos el país más democrático del mundo, pero la realidad es que hemos visto cómo han comprometido los organismos y las instituciones que garantizaban la auténtica participación ciudadana para concentrar el poder arbitrariamente.
Vivimos tiempos difíciles, la violencia se ha vuelto cotidiana. Ese cáncer del crimen organizado que padecemos desde hace años ha extendido sus tentáculos a muchos rincones del país. Ninguno de los dirigentes que gobierna este país ha logrado erradicar este mal.
En muchas regiones nuestro Nación sigue bajo el dominio de los violentos. No debemos tener miedo de hablar de lo que todos sabemos, pero algunos prefieren callar:
Continúan los asesinatos y las desapariciones. Sigue derramándose sangre inocente en nuestras calles, pueblos y ciudades. Familias enteras son desplazadas por el terror de la delincuencia organizada. Vivimos la inseguridad cotidiana al transitar por los caminos y autopistas. Las extorsiones se han vuelto sistemáticas para pequeños y medianos empresarios, para agricultores y transportistas, incluso para las familias humildes, obligados todos a pagar "cuotas" a los criminales bajo amenazas de muerte. El Estado, que en muchos lugares ha cedido el control territorial a grupos delictivos, no logra recuperarlos…
Nuestros jóvenes están siendo secuestrados y llevados a los campos de corrupción o exterminio convirtiéndose en uno de los más grandes dramas de nuestra sociedad. Todo esto nos habla de la degradación social a la que hemos llegado y que exige una conversión profunda de quienes han optado por el mal. Hacemos un enérgico llamado a una conversión personal y social para alcanzar una verdadera transformación.
La migración forzada continúa. Miles de mexicanos se ven obligados a abandonar sus tierras, no solo por buscar mejores oportunidades, sino también por huir de la violencia» (CEM, Mensaje al Pueblo de Dios, 13-XI-2025).
Hay una línea del gran Kino, que nos puede hacer pensar: en la imagen aparece una persona mayor quejándose de la actitud de los jóvenes: «esto es el acabóse», dice. Mafalda, con esa agudeza suya característica le responde: «No exagere. Solo es el continuóse del empezóse de ustedes».

En efecto, se fomenta que cada uno le de rienda suelta a sus apetencias, a veces incluso sin dejar ninguna otra alternativa, y luego nos sorprendemos de los resultados de esa actitud. Una cultura trazada por adultos y sus aspiraciones, que prácticamente se impone como posibilidad única a los jóvenes.
Después de las marchas del fin de semana, nos preguntamos si habrá quien sepa encauzar todo el hartazgo, pero sobre todo la energía e ilusiones de los jóvenes, abriendo para ellos y junto con ellos, caminos concretos de esperanza. Estas manifestaciones son una llamada a los adultos para cuestionarnos y replantearnos sobre los criterios dominantes en nuestra vida.
Como cristianos, estamos convencidos de que «la juventud cristiana no dejará defraudada a la Iglesia si dentro de ella encuentra suficientes personas maduras capaces de comprenderla amarla, guiarla y abrirle un futuro, mostrándole con fidelidad la verdad que no pasa» (San Pablo VI, Gaudete in Domino, n. 58). Nosotros, todos nosotros, padres y educadores, estamos llamados a ser esas personas.

